Ave, Cruz, Nuestra Única Esperanza

Una Introducción del Beato Basilio Moreau y el Lema de la Congregación de Santa Cruz

Por: Zach Rathke, CSC

El entorno político de los Estados Unidos me da miedo. Nuestra última elección presidencial es prueba suficiente. Sin embargo, lo que he visto en las noticias respecto a Donald Trump no es lo más desconcertante, sino los medios sociales. Mi feed de Facebook tiene un creciente montón de ataques de “bandos opuestos” acompañados de proclamas triunfales de la ideología de sus propias perspectivas.

Pero una triste realidad yace bajo la superficie. Tenemos mucha esperanza en nuestra ideología política, que tiene la capacidad para hacer que “América vuelva a ser grande.” Sin embargo, tenemos poca esperanza en la posibilidad de realizar esto. Sabemos intuitivamente que la creciente brecha en nuestro gobierno no lo permitirá.

Me parece que se vive una experiencia parecida aquí en Perú. Los políticos nos bombardean con promesas de desmantelar la corrupción, eliminar la violencia, y reducir la brecha entre ricos y pobres. Tenemos la tentación de confiar en ellos totalmente. Sin embargo, tenemos la corazonada de que aún los mejores candidatos pueden fallarnos. Kuczynski es una prueba de ello, y también las noticias recientes de Keiko.

Esto puede parecer una extraña forma de presentar al Beato Basilio Moreau, un sacerdote del siglo diecinueve que fue fundador de la Congregación de Santa Cruz. Pero creo que Basilio Moreau tiene algo muy profundo que decirnos en nuestras actuales circunstancias. Nació en medio de la Revolución Francesa, que tenía su propia ideología política que, como las de nuestras, esperaba que Francia volviera a ser grande. La revolución no solamente destituyó a la élite gobernante, sino que también los ejecutó, reemplazando la monarquía con una república constitucional.

Basilio Moreau

Beato Basilio Moreau, fundador de la Congregación de Santa Cruz

Luego, el nuevo gobierno exilió a todos los sacerdotes y religiosos que se mantuvieron fieles a la Iglesia Universal. Uno de los lemas revolucionarios, “Libertad, Igualdad, y Fraternidad”, indica la razón de esto: la ideología revolucionaria buscaba liberar al pueblo no solamente del monarca, sino también de influencias extranjeras como el Vaticano. Es decir, la autoridad debía provenir de sí mismos y de su propia ideología. El problema en el nivel más básico, por lo tanto, era que los sacerdotes y los religiosos que eran fieles a la Iglesia Universal, estaban comprometidos más fundamentalmente con Roma que con Francia.

Esto inició el “Reinado de Terror” en Francia. El gobierno ejecutó unas cuarenta mil personas, sin juicio previo, por presentar el más leve indicio de traición o de ideología contraria a la revolución. Más de dieciséis mil murieron en la guillotina. El nuevo gobierno empezó a resquebrajarse a causa de tantas atrocidades. Y con las ideologías tradicionales expulsadas, el país quedó a la suerte de un montón de perspectivas políticas que luchaban unas con otras por tomar el control. En 1804, el caos llevó al país al mismo punto donde la revolución empezó: otro emperador, Napoleón Bonaparte. Aunque él difundió una reforma liberal en Europa, lo hizo con una ambición incesante por la guerra y el imperio. Como la Francia Revolucionaria antes que él, su imperio colapsó también en 1815.

Moreau, quien nació en 1799 y fue ordenado en 1822, respondió en medio del tumulto con un mensaje profético. Partiendo de un himno medieval, el lema por su nueva congregación religiosa, fundada en 1837, sería “Ave Crux, Spes Unica”, “Salve la Cruz, nuestra única esperanza”. Los gobiernos fallarán. Nuestra búsqueda de cosas mundanas terminará. Pero el amor que Cristo nos reveló en la cruz es eterno. Por lo tanto, pongamos nuestra esperanza en Él- no en los gobiernos, ideologías políticas, candidatos; ni siquiera simplemente en nosotros mismos.

Sin embargo, nuestra esperanza en la cruz no es una fascinación deprimente por una muerte terrible. Es la esperanza de que por la cruz vendrá la Resurrección. Es la esperanza de que, al unirnos al que se nos ofreció en la cruz, experimentaremos su Resurrección.

Esto fue un punto clave para Moreau. Para unirnos a Cristo en la Cruz, tenemos, a cambio, que ofrecernos a nosotros mismos, con amor sacrificado. Por esta razón, Moreau habla frecuentemente sobre conformarnos a Cristo. Nosotros también debemos cultivar la disposición para ofrecernos a Dios y a nuestro prójimo (aun nuestro enemigo) a pesar del costo. Debemos poner nuestra esperanza en tales sacrificios, porque creemos que la resurrección siempre vendrá después de nuestras cruces. De hecho, cuando hacemos sacrificios en esta vida, empezamos a experimentar la resurrección en el amor que brota de nuestra entrega al prójimo.

Moreau tuvo que enfrentar la cruz en su vida. Intentaba renovar la fe y las instituciones educativas, no sólo en Francia después de la Revolución, sino también dondequiera que el mundo lo necesitase. Sin embargo, después de años de dedicarse a Dios y a la Congregación de Santa Cruz, fue rechazado de su propia comunidad, eventualmente dimitiendo de su puesto como superior general. Posteriormente viviría el resto de su vida en términos difíciles con la comunidad, que parecía hallarse al borde del colapso por dificultades financieras. Sin embargo, Moreau tenía una inquebrantable confianza en que la Providencia divina traería la resurrección después de las cruces de su propia vida y la de la congregación.

La esperanza en la cruz de Moreau no fue en vano. Tras el aparente colapso de Santa Cruz alrededor del tiempo de su muerte, la congregación ahora florece. Tenemos más de mil de sacerdotes, hermanos, y hermanas, sirviendo alrededor del mundo—en África, Asia, Europa, y las Américas. No solo hemos cultivado reconocidas instituciones educativas, sino que también continuamos renovando la Iglesia, difundiendo la esperanza en la Cruz, especialmente entre los que tienen las más necesidades.

Un punto importante más: no quiero decir que debamos abandonar nuestra búsqueda de mejorar nuestra sociedad de la desesperación del tumulto de este mundo. Al contrario, pongamos nuestra esperanza en Cristo primero. Entonces, cuando enfrentemos fracasos inevitables en nuestra sociedad y en nuestros propios esfuerzos, no habrá razón para desesperarnos. Al contrario, como Moreau, nuestra esperanza en la Cruz nos llenará de una confianza pacífica— la fe en que la providencia divina puede traer la Resurrección hasta del más grande de nuestros fracasos y sacrificios. ¿La cruz no fue una señal radical de esto? Pues en la Cruz de Cristo, Dios transformó la feroz crueldad de las autoridades de los Romanos y los Israelitas en la salvación del mundo.

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