Santa María, Virgen Dolorosa

Virgen Dolorosa

Muchas personas han viajado por los caminos de la vida espiritual siguiendo el modelo establecido por Jesús y confirmado por una multitud infinita de personas santas desde su muerte y resurrección, aún hasta nuestros días. La mayoría han pasado sin que nadie se diera cuenta, fieles a su Dios a través de sus tareas y responsabilidades diarias, algunas hasta heroicamente, pero desconocidas por los estándares de la historia. Ha sido el rol de familia y amigos darse cuenta de su heroísmo y santidad. Otras han caminado esos mismos senderos con fidelidad parecida, pero por la gracia de Dios y por el momento y lugar histórico se han convertido en modelos y guías para muchas otras personas y así han quedado durante los siglos después de su muerte. Entre los modelos y guías más destacados hay una sencilla mujer judía sobre la cual sabemos muy pocos detalles: María de Nazaret.

María ha sido y sigue siendo celebrada y honrada bajo una variedad de títulos, reflejando la diversidad extraordinaria y riqueza maravillosa de pueblos y sociedades, culturas y grupos étnicos alrededor del mundo. Todos esos títulos se pueden resumir con elocuencia en las tres palabras que señalan la más gran distinción de María: Madre de Dios. El gran número de manifestaciones que honran a María atestiguan a qué punto atrae como compañera sabia en la vida espiritual y su accesibilidad como una guía experimentada en seguir sus caminos. Por lo tanto, no es ninguna sorpresa que un amplio espectro de devociones a María se ha desarrollado en el curso de los últimos dos mil años. Y todavía más están brotando.

La devoción más común, el Rosario, nos provee con un panorama de eventos benditos en las vidas y experiencias de Jesús y María, destacando y celebrando las buenas nuevas de la Encarnación, el Misterio Pascual, y nuestra salvación por el diseño bendito de Dios. Aunque sus raíces cristianas se remontan al segundo, tercero y décimo quinto siglo, hasta esta devoción antiquísima ha evolucionado. En 2002 el Papa Juan Pablo II agregó los Misterios Luminosos a los ya conocidos – Gozosos, Dolorosos y Gloriosos.

Virgen Dolorosa

María de Los Dolores

Otra devoción y título que nos ayuda entender a la persona y perspectiva de María son sus dolores, se le llama Nuestra Señora de los Dolores o Virgen Dolorosa. Los orígenes de la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores vuelven a los comienzos del siglo décimo sexto, cuando el Papa Julio II propuso una fiesta honrando los sufrimientos de María. Sin embargo, el humor teológico de los tiempos consideró la noción que María podría estar golpeada por el dolor como algo irreverente. Por lo tanto, el Papa Julio no persiguió su propósito.

No se escuchó nada más de la fiesta hasta los últimos años del siglo diecisiete cuando los Frailes Sirvientes de María iniciaron la fiesta como una celebración local en Italia a causa de su devoción a los sufrimientos de María. El Papa Pío VII oficialmente estableció la fiesta para toda la iglesia en 1814 como agradecimiento por su vuelta a Roma después de ser mantenido como cautivo en Francia varios años por Napoleón. Al comienzo del siglo veinte el Santo Pío X designó el 15 de septiembre como celebración anual de la fiesta. En el arte, Nuestra Señora de los Dolores, o Virgen Dolorosa, está mostrada la mayoría de las veces con siete espadas atravesando su corazón.


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Virgen Dolorosa

Según la tradición, se reconocen siete dolores de María. Están enraizados en historias tomadas de las narraciones evangélicas, aunque no todos los siete sean mencionados explícitamente. Enfocan eventos y experiencias de la vida de María que fueron difíciles y dolorosos, dándole a ella una participación directa en el Misterio Pascual de su Hijo.

Los siete dolores son: escuchando a la profecía de Simeón al presentar a Jesús en el templo; haciendo el viaje urgente a Egipto como respuesta a la amenaza de muerte del Rey Herodes; perdiendo a Jesús en el templo a los doce años; acompañando a Jesús en el camino al Calvario; quedando con Jesús durante la crucifixión; recibiendo el cuerpo sin vida de Jesús; y enterrando a Jesús en la tumba.

«Todos ustedes que pasan por el camino, miren y observen si hay dolor semejante al que me atormenta, con el que Yahvé me ha herido en el día de su ardiente cólera» (Lamentaciones 1, 1-29) Aunque se refiera a la devastación de Jerusalén, este texto va bien con una mujer que ha experimentado todas estas cosas en su vida. María de Nazaret conocía bien el sufrimiento; se había encontrado con la cruz en su propia vida mucho antes de ese día en el Calvario. Aún ese día, su fe, su amor y su esperanza quedaron firmemente anclados en Dios. Años antes María ya había proclamado la respuesta que marcaría toda su vida: «Yo soy la esclava del Señor; hágase en mi lo que has dicho» (Lucas 1, 38)

Esta es una respuesta que ella vivió y entregó a otros. En la boda de Cana, al referir a Jesús, María dice a los sirvientes, «Hagan todo lo que Él les mande» (Jn 2, 5). Estas son las últimas palabras de María que están registradas en el evangelio. Igual que ella vivió, también enseño a otros hacer lo mismo. Su vida resuena con las palabras de su hijo: «Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga» (Lucas 9, 23) Las palabras del Hijo se cumplen primero en la vida de su madre. «Miren y vean.»

Virgen Dolorosa

El Templo y el Viaje

Aunque los eventos que son el centro de estas reflexiones tuvieron lugar hace dos milenios, hay sabiduría que aprender de la respuesta de María a ellos, sabiduría que puede ser guía para nosotros en nuestras vidas espirituales. Igual que María, tendremos nuestro encuentro con la cruz. Si elegimos seguir a Jesús, tener una relación con Jesús, entonces no hay otro camino.

El camino a nueva vida pasa necesariamente por la cruz. Nuestros propios sufrimientos y dolores pueden no tener nada que ver con los de María; sin embargo, el ejemplo de su vida y su respuesta en estas experiencias nos pueden dar fuerza y coraje para enfrentar la cruz.

El paradigma que se debe usar al investigar la riqueza de los dolores de María ya es evidente en varios de estos eventos: el templo y el viaje. Los dos son arenas para encontrarnos con la presencia y actividad de Dios en la vida espiritual. Forman un tejido y reflejan una progresión dinámica que caracteriza el proceso de transformación a medida que avanzamos hacia la unión con Dios. El templo es un lugar para escuchar las palabras de Dios y aprender sus caminos; el viaje provee los senderos que necesitarnos para amar y vivir todo lo que escuchamos de Dios y aprender de Él.

María tiene mucho que enseñarnos sobre cómo escuchar y aprender, cómo amar y vivir. Y así empezamos. Esta es la narración de María, su viaje, desde el nacimiento a la muerte de su Hijo; y aún más allá, porque ella sigue con nosotros. Esta es María, la Virgen Dolorosa. Miren y vean.

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