
Mateo era un publicano, y vivió en Cafarnaúm, una antigua ciudad de Galilea, que se encuentra en la costa noroeste del lago Tiberíades, en Israel, donde Jesús vivió después de salir de Nazaret. Él nos cuenta en su Evangelio su conversión. Estaba sentado en el lugar donde recaudaban los impuestos y Jesús le invitó a seguirlo. Mateo se levantó y le siguió.
Con Mateo llega al grupo de los Doce un hombre totalmente diferente de los otros apóstoles, tanto por su formación como por su posición social y riqueza. Su padre le había hecho estudiar economía para poder fijar el precio del trigo y del vino, de los peces que le traerían Pedro y Andrés y los hijos de Zebedeo y el de las perlas preciosas de que habla el Evangelio.
¿Qué pensaría Mateo cuando iba a rendir cuentas al rey Herodes? Su oficio estaba mal visto. Quienes lo ejercían eran considerados publicanos y pecadores.
La conversión de Mateo debía suponer una verdadera liberación, como lo demuestra el banquete al que invitó a los publicanos y pecadores. Fue su manera de demostrar el agradecimiento al Maestro por haber podido salir de una situación miserable y encontrar la verdadera felicidad.
«La conversión de un cobrador de impuestos da ejemplo de penitencia y de indulgencia a otros cobradores de impuestos y pecadores (…). En el primer instante de su conversión, atrae hacia Él, que es tanto como decir hacia la salvación, a todo un grupo de pecadores» (San Beda)
Gracias, Señor, por tu misericordia. Sólo Tú haces nuevas todas las cosas. Gracias, porque viniste a llamarnos a nosotros: a los pecadores.
Fuentes: