Colin Whitehead, estudiante de teología en la Universidad de Notre Dame (Indiana), nos comparte este testimonio acerca de lo que significó para él realizar labor de voluntariado con los niños de sectores en desarrollo en El Agustino.
Mi nombre es Colin Whitehead y estudio teología en la Universidad de Notre Dame, que es una institución administrada por la Congregación de Santa Cruz. De momento estoy pasando un mes y medio viviendo y trabajando con la Congregación en Canto Grande. Mi deseo de estar aquí, acompañando a la gente en su vida diaria, tiene sus raíces en una serie de experiencias que viví el año pasado en el mismo Lima, las cuales cambiaron mi forma de entender de qué se trata vivir la vida cristiana y mi vocación para servir al pueblo de Dios.
Después de graduarme con mi licenciatura en 2017, llegué a Lima para enseñar inglés por un año. Durante este tiempo, conocí a los jesuitas en El Agustino y empecé a hacer voluntariado con ellos dos veces a la semana. Los martes iba a una cancha de fútbol para enseñar a los niños a jugar este gran deporte que me ha encantado y que he jugado desde que era niño. Además de desarrollar buena técnica y competencia con la pelota, el programa se enfocaba en el cultivo de valores tales como el trabajo en equipo y el espíritu deportivo. Los jueves participaba en otro programa jesuita que se llamaba “Casitas”. Tenía lugar en una losa en uno de los cerros. Por tres horas jugábamos una variedad de juegos, entre ellos el básquet, los juegos de mesa ¡e inclusive caminar con zancos! Me di cuenta de que estos niños me miraban a los ojos cuando me hacían preguntas y esperaban mis respuestas. Era una atención libre de las distracciones de los dispositivos electrónicos que tanto nos plagan a quienes estamos enchufados todos los días.
Uno de mis recuerdos más fuertes viene de mi primer día en la losa. Subí escalera tras escalera y pasé por casa tras casa en ruta a mi destino. Llegando a la losa agotado, miré atrás e inmediatamente me asombró la vista. Desde allí, pude ver sobre todo Lima. A mi derecha, vi la Línea 1 del Metro, llegando hasta el lejanísimo San Juan de Lurigancho. A mi izquierda, el Estadio Nacional entre los rascacielos del distrito de San Isidro. Y de frente, las dos torres de la Catedral de Lima… y más lejos la expansión del Mar Pacífico y los cargueros, asentados quietos sobre él. ¡Me pareció muy providencial que quienes vivan en las condiciones más vulnerables y difíciles disfruten de la mejor vista de toda la ciudad!
El tiempo que pasé con estos niños me hizo reflexionar bastante. ¿Estaban llenos de esperanza? ¿Qué soñaban hacer algún día? ¿Tenían lo suficiente para comer? ¿Se sentían amados y bien cuidados? Por un lado, cuando intentaba imaginar cómo era la vida desde su perspectiva, me parecía muy parecida a la mía. Jugábamos después de salir del colegio, estábamos muy curiosos sobre la vida y teníamos muchas preguntas y una imaginación que se prestaba para ver la vida de una forma positiva y con emoción. Pero por otro lado, seguro que había algo muy diferente sobre su niñez en comparación con la mía. Las condiciones en las que vivían eran mucho más sencillas. Su entorno no siempre era seguro ni sanitario ni tenían el mismo acceso al cuidado médico. Me preguntaba cómo entendían ellos el sufrimiento que los rodeaba y cómo todo esto formaba su panorama de la vida.
Mi estancia en El Agustino fue una experiencia de fe, esperanza y caridad. De fe, porque me volví una persona más convencida de la misericordia de Dios, especialmente para con quienes sufren. De esperanza, porque pude ver que algo bonito y significativo nació de la solidaridad que compartí con mis hermanos y hermanas allí. Y de caridad, porque me habían aceptado y cuidado excepcionalmente.
Fue un privilegio que el Señor me concedió poder acompañar a estos niños y a sus familias en sus alegrías y sufrimientos. Para mí, el servicio al pueblo de Dios se trata de compartir la vida con ellos, atendiendo a sus necesidades físicas tanto como sus necesidades espirituales. Como extranjero sin conocimiento íntimo de esta comunidad, no estuve en una posición para resolver los problemas que vi; sin embargo, tenía un papel especial que cumplir aquí: aprender de esta comunidad y llevar estas lecciones conmigo para compartirlas con otros.