Jueves Santo – Ámense unos a otros como yo los he amado

Jesús lava los pies a sus discípulos

Son muchos los gestos que se evocan en el Jueves Santo. Uno de ellos es el signo de humildad y sencillez que realizó Jesús al lavarles los pies a todos sus discípulos, diciéndoles que ellos se los deben lavar unos a otros.

Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?” Jesús le replicó: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “No me lavarás los pies jamás”.

Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”.

Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”.

Jesús le dijo: “Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También ustedes están limpios, aunque no todos”. Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios”.

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: “¿Comprenden lo que he hecho? Ustedes me llaman ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros; les he dado ejemplo para que lo que yo
he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan”.

Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

Lávense los pies unos a otros

El amor alcanza su cima en el don que la persona hace de sí misma, sin reservas, a Dios y a sus hermanos. Al lavar los pies a los Apóstoles, el Maestro nos propone una actitud de servicio. Con este gesto, Jesús revela que está entre nosotros como el que sirve. Solamente es verdadero discípulo de Cristo quien lo imita en su vida, haciéndose como Él solícito en el servicio a los demás.

Además, hoy es el día en que nuestro Señor Jesucristo encomendó a sus discípulos la celebración del sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Avivemos en nuestro corazón el profundo y ardiente sentido del inmenso don que constituye para nosotros la Eucaristía. Y avivemos también la gratitud, vinculada al reconocimiento del hecho de que nada hay en nosotros que no nos haya dado el Padre de toda misericordia.

¿Qué le pedimos hoy al Señor?

Con la intercesión de nuestra Madre María, recemos juntos una decena del Rosario, para que vivamos lo que hemos meditado.

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