La ermita de Santa Rosa de Lima

Santa Rosa de Lima

La importancia de tener un refugio para la oración y la meditación

Vivimos en un mundo interconectado. Hoy en día es posible, desde un solo aparato, conversar con un pariente en Estados Unidos, leer las noticias de Hong Kong, recibir un mensaje de un amigo que vive en Kenia y ver un partido de fútbol en Inglaterra. Pero esta facilidad de comunicarnos y conectarnos con todo y con todos puede convertirse en una vorágine de redes sociales, llamadas, notificaciones, hashtags, tendencias… Una espiral tan absorbente que apenas nos deja tiempo para respirar, mucho menos para realizar una pausa contemplativa. ¿Qué podemos hacer? Una muy querida santa peruana podría darnos un par de buenos consejos.

El silencio viene bien cuando el ruido es constante

¿Por qué Isabel Flores de Oliva, como fue bautizada santa Rosa de Lima, sintió la necesidad de tener momentos para recluirse de la sociedad? Se nos ocurren algunas ideas: tal vez empezó a sentir el agobio que viene con la popularidad, cuando todos te buscan para pedirte tu opinión y tu consejo; o podría ser que le resultara difícil orar en paz bajo las miradas expectantes de sus paisanos; es posible que anhelara un momento de silencio entre todo el ruido que le rodeara.

En el mundo de hoy, nos puede suceder exactamente lo mismo: recibimos tantas llamadas y mensajes en nuestros móviles, o tenemos tantos amigos y seguidores en redes sociales, o estamos todo el tiempo tan inmersos en los ruidos del entretenimiento, que ansiamos tener algo de paz, aunque sea por unos momentos.

Hallando nuestra “ermita”

Cada año, miles de turistas locales e internacionales visitan el convento de Santa Rosa, en Lima, donde en el patio se puede apreciar la ermita donde esta santa se refugiaba para orar y meditar. Se trata de una estructura muy sencilla y pequeña, que ella misma construyó, imitando las celdas de los monasterios de clausura. Santa Rosa aprovechaba sus momentos de retiro en la ermita para leer, orar, meditar y reflexionar.

Santuario de Santa Rosa

Si bien el ritmo de la vida en la actualidad es mucho más exigente que en la época de la santa limeña, la necesidad de tener momentos de reflexión y oración no ha cambiado. Seguramente muy pocos de nosotros podríamos darnos el lujo de construir una ermita en nuestros hogares. Te presentamos dos alternativas:

  • encontrar una habitación o armario de nuestro hogar donde podamos dedicar unos momentos de nuestro tiempo al silencio y la reflexión. ¡Puede ser incluso el cuarto de baño!
  • visitar una capilla de adoración al Santísimo cercana, pues suelen ser lugares muy silenciosos y apacibles, donde todos los presentes están concentrados en su oración personal, lo que nos facilita la propia interiorización.

Una vez que halles tu ermita, plantea en tu horario personal cuáles serán los momentos de tu día en que irás allí; esto te ayudará a que tus visitas sean constantes. Te aconsejamos también tener una libreta que puedas usar como diario espiritual. Para aprovechar mejor el tiempo y evitar divagar, te proponemos estos temas de reflexión:

  • ¿Cuáles han sido mis aciertos y errores este día / semana / mes?
  • ¿Qué acciones puedo realizar para mejorar mi relación con mi familia, seres queridos?
  • ¿Tengo en mi corazón rencores, frustraciones, dolor, decepciones que me impiden crecer?
  • ¿Cómo vivo mi fe? ¿Qué puedo hacer para que mi fe crezca?
  • ¿Cuál es mi plan de vida? ¿Se asemeja al plan que Dios tiene para mí?

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Recargar fuerzas… Y volver al mundo

Alejarnos del ruido y tener unos momentos de paz, silencio y soledad puede ser una experiencia intimidante y fascinante a partes iguales. Cuando se vuelve parte de nuestra rutina, nos damos cuenta de lo valioso e importante que es poder ordenar nuestros pensamientos, conectar nuestra mente y alma, y poder comprender lo que Dios nos dice. Pero a veces la tentación es quedarnos en la ermita, en el silencio, alejados de todos (“Señor, ¡qué bueno es estar aquí!”, Mt 17, 4).

Santa Rosa de Lima no abandonó el servicio al prójimo y las buenas obras para dedicarse por completo a la meditación y contemplación. El mundo necesita de nosotros; necesita que compartamos todo aquello que recibimos en nuestros momentos de reclusión. Que al salir de la ermita, hallemos nuevas fuerzas y energías para poner todo nuestro empeño en construir un mundo mejor.

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