La esperanza expectante de la Pascua

San Juan Evangelista vela valientemente junto a la Santísima Virgen María al pie de la cruz. En el más increíble acto de amor, Jesús se esfuerza por llenar sus pulmones de aire, y con sólo unas palabras, entrega a María al mundo e instituye su maternidad espiritual cuando proclama desde la cruz, «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «¡He ahí a tu madre!». (Juan 19:26-27a).

Este increíble don de María como madre no es sólo para Juan, sino para cada discípulo. Para ti y para mí. En ese momento, cada discípulo se convierte en hijo e hija amados de esta mujer que personifica todas las virtudes y está llena de gracia. María, elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo Unigénito, se entrega en un acto de amor para ser la Madre de cada uno de nosotros. Su vida, ejemplo de confianza y de fe, ilustra la bondad y la fidelidad de Dios. Su retrato de santidad nos da a cada uno de nosotros una razón para aferrarnos a la esperanza. Ella es la Madre de la Esperanza, la Madre de la Esperanza Esperada.

La vida nueva brota al final del invierno; no es casualidad que encontremos la Pascua en medio de esta estación. A medida que salimos del frío, oscuro y estéril invierno, especialmente aquí en el noreste, cada señal de un clima más cálido y días más largos trae ligereza y un poco de la alegría del renacimiento. Incluso en la noche más fría y oscura, no nos desesperamos al recordar la naturaleza temporal de cada día, sabiendo que pronto volveremos a disfrutar del sol. La Cuaresma puede tener un aire de infinitud para quien añora el placer sacrificado o volver a cantar el Aleluya.

La perseverancia se ve recompensada cuando llega la Pascua, que nos recuerda cómo Jesús trae nueva vida a nuestro mundo, a nuestra Iglesia y a nuestros corazones, no sólo por la obra redentora que Él llevó a cabo en la Cruz hace 2.000 años, sino por su gloriosa obra aún hoy. Nuestra esperanza en Jesús nunca está equivocada. Él siempre cumple sus promesas, la mayor de las cuales es nuestra redención y la esperanza del cielo.

En los casi veinte años que he trabajado en el ministerio de la mujer, he tenido la bendición de conocer a muchas mujeres increíbles. Las mujeres suelen ir a retiros con el corazón lleno de muchas preguntas esperando que este tiempo de alejarse y escuchar a Dios les ayude a encontrar respuestas. Algunas llegan ansiosas, llenas de dudas e incluso al borde de la desesperación. Vienen buscando alguna sabiduría o una palabra que restaure su quebranto o les sostenga en su camino espiritual.

Cada uno de mis retiros comienza con el Rosario, una meditación sobre los misterios gozosos y una mirada al increíble ejemplo de María al confiar en el plan de Dios. De confiar en la promesa de Dios de traer el bien, incluso cuando no estamos seguros de cómo será o cómo se llevará a cabo. Sea lo que sea lo que sigue en el retiro, creemos que este tiempo especial de oración con la Santísima Virgen María ha sentado las bases para que los participantes reciban lo que sea que Dios les depare para ellos ese día.

Rezamos con esperanza expectante por el plan de pura bondad que Dios tiene para nosotros. Rezamos con nuestra Madre espiritual, cuyo cuidado maternal nunca deja de conducirnos del dolor a la alegría. Rezamos para ser, como María: confiados, obedientes, humildes y esperanzados. La primavera trae nueva vida y nuevos comienzos. Nosotros podemos contemplar con María la alegría de la Resurrección de Jesús compartida en el tiempo de Pascua y esto refresca y fortalece nuestra determinación de recordar que Él ha superado todos los problemas que este mundo puede traer. Tomando el Rosario como si tomáramos la mano de María, salimos de la oscuridad de la Cuaresma a la luz de la Pascua, con la esperanza renovada.


Allison Gingras
Consultora católica de redes sociales y presentadora y creadora del podcast A Seeking Heart.

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