
Desde el nacimiento de la Iglesia, el misterio de la Visitación de María a su prima Isabel, era venerado por los fieles. En el siglo XIII varias comunidades religiosas lo conmemoraban con gran devoción, en especial los franciscanos, que introdujeron en la liturgia romana esta fiesta ya muy antigua en Oriente. Los papas Urbano VI y Bonifacio IX la extendieron a toda la Iglesia en el siglo XIV para obtener de la Virgen el final del cisma de Occidente. El Concilio de Basilea renovó su institución con el fin de pedir a Dios la paz de la Iglesia.
La noticia del ángel
Después del anuncio del ángel, María va de prisa donde su prima Isabel. Puede haber muchas razones por las que emprendió este viaje: ponerse al servicio de su prima, sabiendo que esperaba un hijo a una edad avanzada, así como el deseo de comunicar lo que le había sucedido, sabiendo que entre mujeres «visitadas» por el ángel es más fácil entenderse. En ese apresurarse a ir a casa de Isabel, María se revela como una mujer misionera, al llevar y compartir la alegría del anuncio, y como una mujer caritativa, al ponerse al servicio de su prima anciana.
Puede ser que también existía el santo deseo de ir a ver la señal que el Ángel le había revelado: «Y he aquí que Isabel, tu pariente, en su vejez también ha concebido un hijo, y éste es el sexto mes para ella, que se decía que era estéril: nada es imposible para Dios». Al fin y al cabo, también los pastores fueron deprisa a ver la señal que los ángeles les anunciaron en la noche de Navidad: «Esta es la señal para ustedes: encontrarán un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre». Esto confirma que María no subestima los «signos» que Dios le ofrece.
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El canto de María
Entonces María, como cítara del Espíritu Santo, en expresión de San Epifanio, «entonó este cántico hermoso y admirable del Magnificat que excede a todos aquellos que nos refiere la Sagrada Escritura».
El Magnificat ha sido llamado «éxtasis del corazón», «éxtasis de la humildad», «éxtasis del amor y de la alegría». Y «éxtasis», según San Francisco de Sales, es salir de sí. María sale, pues, de sí misma en profundo conocimiento de su pequeñez y, en un desbordamiento de su amor a Dios, prorrumpe en su alabanza.
Años después, Jesús, el rabí de Nazaret, recorrería esos mismos senderos predicando la Buena Noticia, «haciendo el bien» a todos. Ahora también predicaba, pero en silencio y a través de su Madre. La Virgen estaba llena del amor y ese amor le rezumaba por todo su ser. También nosotros somos portadores de Dios, y si él habita en nuestro interior debemos dejar, como María, una estela de su presencia a nuestro paso.
Pablo VI, citando a San Ambrosio, dijo que «todo cristiano debe cantar el Magnificat como la máxima alabanza que haya jamás brotado del alma humana, porque es del Espíritu Santo del que María y la Iglesia se hacen sus más fieles intérpretes».
Himno de la Visitación de la Virgen María
La Virgen santa, grávida del Verbo, en alas del Espíritu camina; la Madre que lleva la Palabra, de amor movida, sale de vista.
Y sienten las montañas silenciosas, y el mundo entero en sus entrañas vivas, que al paso de la Virgen ha llegado el anunciado gozo del Mesías.
Alborozado Juan por su Señor, en el seno, feliz se regocija, y por nosotros rinde el homenaje y al Hijo santo da la bienvenida.
Bendito en la morada sempiterna aquel que tu llevaste, Peregrina, aquel que con el Padre y el Espíritu, al bendecirte a ti nos bendecía.
Amén.
Fuentes: