José había esperado ese momento por mucho tiempo. Su viaje al Templo sería otro acto importante en su sagrado deber como padre judío. Le había dado un nombre al niño y lo había presentado al Señor en el Templo doce años atrás.

El niño había sido muy receptivo cuando María y él le habían enseñado los caminos de la Alianza. En la sinagoga, mientras escuchaban la Torá y rezaban los salmos, parecía que el niño recordaba algo que ya se hallaba en lo profundo de él.
Ellos tenían presente lo que el Ángel les había revelado del niño. Aún así, verlo madurar en sabiduría y gracia era maravilloso y sorprendente. Ahora era el momento de llevarlo nuevamente al Templo. Un gran momento, si bien tal vez debieron esperar lo inesperado.
Un momento crítico para José
Todo había ido tan bien durante el peregrinaje a la Ciudad Santa. Podían ver la alegría en los ojos de su hijo y podían sentirlo en su corazón. ¡Estar en el Templo era, para El, como volver a casa! Así que José pensó que podría estar tranquilo cuando empezaron su viaje de retorno a Nazaret, hasta que…
¿Cómo pudo ser? ¡No tenía sentido! ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba ¿Cómo pudo ser? Leemos que buscaron con gran ansiedad- preocupados por el bienestar de su hijo y más. Esto parecía tan contrario a todo, como si el mundo se hubiera retorcido.
Tres días buscando a Jesús, el niño; tres días pasaría Jesús, el hombre, en la tumba. Un mundo retorcido.
“Después de tres días lo hallaron en el Templo, sentado entre los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas” (Lc 2: 46). Su serenidad y claridad ante la pregunta de María hace que sus preguntas sean aún más penetrantes: ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que debo estar en la casa de mi Padre? Está diciendo más que “por supuesto, debieron buscarme aquí, en el Templo”.

Estar en la casa del Padre
Nosotros somos llamados, junto con María y José, a entender lo que significa estar en la “casa” del Padre. Debemos comprender y compartir algo de la profunda atracción de Jesús por el Templo como como la Casa de su Padre en la tierra, e ir aún más profundo.
A veces escuchamos que esto se traduce como los asuntos de mi Padre o los negocios de mi Padre. Jesús vino a hacer la voluntad de su Padre, los asuntos de su padre. ¿De qué se trata esto? La clave que descubre todo esto está en los tres días, una frase que en los Evangelios apunta al Sacrificio Pascual, al Misterio Pascual.
Jesús pide a María y a José -y a nosotros- que lo acompañemos en “ocuparse” del Misterio Pascual, la obra de salvación, ¡a acompañarlo en su viaje!
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Cuánto dolor hay en los corazones de los padres por las pruebas y sufrimientos de sus hijos, especialmente cuando las cosas salen mal o las malas decisiones conllevan consecuencias aparentemente implacables.
Sin embargo, aún entonces la fe en Jesús nos lleva a entender los retos de la vida como un compartir de los asuntos de nuestro Padre, más que sólo sucesos dolorosos que hay que soportar. Más que eso, como José y María fueron llamados a profundizar su comprensión del misterio de que Cristo está entre nosotros, con ellos podemos llegar a abrazar la Cruz.
Buscar a Jesús
Con José y María buscamos a Jesús así como el Esposo del Cantar de los Cantares busca a su Amada. Es esta búsqueda del alma, el anhelo del corazón por amar; por amar a este, el Verdadero Novio. Esta búsqueda debe convertirse en encontrar a Dios que es Amor en todo lo que nos rodea, especialmente en aquellos a quienes amamos, en nuestros hogares, en el amor cotidiano. También hallaremos dolor.
A menudo cargamos con nuestra Cruz: ¡porque amamos, porque compartimos las cruces de aquellos a quienes amamos! Cuando recordamos que Dios es amor, si bien eso no significa que los retos, las dificultades y los sufrimientos desaparecerán, podemos comprender que DIOS VERDADERAMENTE ESTÁ CON NOSOTROS.Un nuevo camino se abre, este camino que María y José fueron invitados a comprender aún más profundamente, aquel día en el Templo.
José moriría antes de que Cristo iniciase su ministerio público. María permaneció al pie de la Cruz, su corazón unido al corazón de Jesús mientras Él salvaba al mundo. En nuestras cruces cotidianas podemos ser el discípulo amado al costado de la Cruz, unidos también a esta obra.
Esta clase de amor lleva a la resurrección. Ocupémonos de los asuntos del Padre.