Madre del Socorro

Señora del Perpetuo Socorro

En la pintura del icono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, vemos a la Madre tomando a su Hijo, asustado, en sus brazos, brindándole protección. Es la Madre que protege a su Hijo. Es tu Madre, eres su hijo.

Podríamos describir la simbología del cuadro, una vez más, enumerando los detalles que guardan mucho significado para todo creyente. Pero el más fuerte, el más importante, es la actitud de Nuestra Señora, protegiendo a Jesús niño, asustado cuando le muestran los instrumentos de su pasión.

El socorro de la Madre

El hijo, instintivamente busca a su madre cuando siente que un peligro lo acecha. Está en la naturaleza humana. El pequeño reconoce su fragilidad y busca socorro en los brazos de aquella está siempre atenta a lo que pueda necesitar, incluso si este niño es el Hijo de Dios.

Cuando eras chico, ¿a quién acudías cuando algo te asustaba? ¿Lo recuerdas? Salvo casos excepcionales, todos buscamos a alguien mayor, por lo general a mamá. La madre abre sus brazos para cobijar a su hijo, para protegerlo de algún peligro, para tranquilizarlo.


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Siempre madre

Pero aún mayores, aún hay cosas que nos asustan, que nos preocupan hasta el punto que necesitamos ayuda, muchas veces más de la que nos pueden dar quienes nos rodean. Es ahí donde precisamos el socorro divino, ese que una madre nos puede dar con un abrazo.

No recuerdo algún santo que no haya sido devoto de la Santísima Virgen, y es porque ellos conocían muy bien que nuestra Madre tiene el poder de acercarnos a Jesús, de interceder por nosotros y alcanzarnos el auxilio divino. Recordemos que fue ella quien intercedió por los novios que se quedaron sin vino en las Bodas de Caná.

Virgen del Perpetuo Socorro
Virgen del Perpétuo Socorro – Iglesia de la Santísima – Ciudad de México – México

Cuando nos sintamos más preocupados que lo usual, cuando haya algo que nos asuste, no olvidemos que hay una mujer dispuesta a darnos el socorro necesario, a interceder por nosotros, a cuidarnos con amor de Madre.

Oración

Oh Madre del Perpetuo Socorro, concédeme la gracia de que pueda siempre invocar tu bellísimo nombre ya que él es el Socorro del que vive y Esperanza del que muere. Ah María dulcísima, María de los pequeños y olvidados, haz que tu nombre sea de hoy en adelante el aliento de mi vida. Cada vez que te llame, Madre mía, apresúrate a socorrerme, pues, en todas mi tentaciones, y en todas mis necesidades propongo no dejar de invocarte diciendo y repitiendo: María, María, Madre Mía.

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