No puedo ayunar

No puedo ayunar

Una breve historia para comprender mejor cómo (y por qué) ayunar

Unos días antes del Miércoles de Ceniza, escuché a un predicador hablar del ayuno, y de cómo varias personas, haciendo un ayuno o una renuncia, habían crecido mucho espiritualmente durante Cuaresma. Inspirado por sus palabras, decidí que yo también ayunaría durante mi caminar Cuaresmal.

Naturalmente, la primera idea que se me vino a la mente fue ayunar privándome de comida. Así que el mismo Miércoles de Ceniza me propuse no consumir alimentos en todo el día. Con el pasar de las horas me di cuenta de que me había metido en un gran problema. Mi cuerpo me pesaba, tenía sueño, me sentía irritado, y para colmo, por todo lado veía sabrosos y apetitosos manjares. ¡Me avergüenza confesar que, antes del mediodía, ya había ingerido alimentos!

Comprendí que me sería muy difícil hacer un ayuno así. Elegí, entonces, renunciar por 40 días a toda bebida dulce. Mas, ¡ay de mí! El día jueves me recibió con un sol resplandeciente, y tras un par de horas realizando algunas tareas en la calle, tuve un ataque de sed… Y sucumbí a la tentación en forma de una botella personal de gaseosa bien helada.

Ayunar en Cuaresma

Esto no estaba funcionando. Tenía que tomar medidas más drásticas. Decidí privarme de dulces y golosinas; oh sorpresa, uno de mis familiares pasó por casa y me dejó un delicioso postre que no pude dejar de disfrutar después de la cena. ¿Qué tal si renunciaba a las duchas de agua caliente? Parecía una buena idea hasta que la temperatura bajó y me sentí resfriado. ¿Podría, tal vez, dejar la televisión? Ni siquiera me di cuenta cuando la encendí y me puse a ver una película. ¿No escuchar música? Fue inútil, mis vecinos pusieron la radio a todo volumen.

Ya habían pasado dos semanas de Cuaresma y todos mis intentos por ayunar habían fracasado. Me sentía francamente desconsolado. ¡Estaba fracasando espiritualmente! ¿Tan imposible me sería vivir una buena Cuaresma? Se me ocurrió tomar la Biblia (que admito que no había tocado en lo que iba del año) y justamente encontré el pasaje que narra el tiempo que pasó Jesús en el desierto (Mt 4, 1-11).

Entonces me percaté de dos cosas: Jesús fue tentado en un momento de debilidad (tras 40 días en el desierto), algo muy similar a lo que me sucedió en mis intentos de ayuno; sin embargo, su fuerza vino de la Palabra de Dios, puesto que respondió a las tentaciones del demonio con la misma Palabra. Entender esto me dio una nueva esperanza, y sentí que, aunque hasta ese momento no hubiera podido ayunar como me propuse, todo lo que había vivido tenía un propósito. Volví a hojear mi Biblia y encontré una lectura que hizo que todo cobrara sentido:

«Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12, 9)

En ese momento pude entender que el ayuno tiene como propósito revelarnos, por un lado, nuestra debilidad humana, y los apegos que a menudo tenemos hacia las comodidades y los gustos; pero aún más que ello, nos demuestra que Dios nos da su gracia y su fuerza, y ello nos permite superar toda adversidad y salir airosos de toda prueba. Decidí que dejaría que la gracia de Dios me sostuviera en mi ayuno, y también recé pidiendo a Dios que me revelara qué ayuno debía hacer. No pude evitar sonreír cuando, dando un último vistazo a mi Biblia, hallé la respuesta a mi pregunta:

«Estén siempre alegres en el Señor; estén alegres y den a todos muestras de un espíritu abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada» (Flp 4, 5-6)


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