
Desde el principio, Dios creó todas las cosas y toda la creación fue buena, y luego creó a la humanidad a su imagen y semejanza, dándole su propio Espíritu capaz de ver la bondad en todo lo que había creado. Con el Espíritu, Dios dio a la humanidad un corazón de carne, capaz de apreciar todas las maravillas de la creación.
Corazón de carne
Con el tiempo, la humanidad quiso saber más de lo que Dios le había dado y comió del fruto de la sabiduría, prohibida por Dios y con esto la humanidad llegó a conocer no solo el bien que Dios le había mostrado, sino también el mal. Con este nuevo conocimiento del bien y del mal, la humanidad comenzó a poner toda su vida en una balanza, cuánto de ella era buena, cuánto de ella era mala, olvidando que Dios creó todo en bondad.
Así, poco a poco, el corazón de carne que Dios había dado a la humanidad se endureció, convirtiéndose, como dice el profeta Isaías, en un corazón de piedra, incapaz de ver la bondad que hay en cada ser humano, y poniendo en tela de juicio todas las acciones que el hombre hace.
Dios, viendo que nuestros corazones se habían endurecido y que rara vez tenemos compasión desde el fondo de nuestros corazones cuando vemos a nuestro hermano que sufre, nos promete que nos quitará el corazón de piedra que hemos hecho para nosotros mismos, debido a las circunstancias que hemos vivido, como el engaño, el sufrimiento, la falta de amor, etc.
El corazón de Dios
Pero, ¿cuál fue el corazón que Dios nos dio y cómo sabemos cómo es el corazón de Dios? Cuando Dios ve nuestra confusión, nos muestra su corazón para que podamos ver cómo es nuestro propio corazón, nos muestra ese corazón precisamente a través de su Hijo, Jesucristo.
Jesús no solo nos muestra cómo es nuestro corazón, sino que también nos muestra cómo debe latir y funcionar ese corazón, y lo hace dándonos ejemplos de vida, de vida auténtica según el corazón de Dios. Vemos en los evangelios que Jesús llora por su amigo Lázaro que ha muerto; se conmueve hasta las lágrimas cuando ve a la viuda de Naim perder a su hijo; mira con compasión y toca al leproso, que está al margen de la sociedad; y no mira las faltas, sino el arrepentimiento, como en María Magdalena. Tal es el corazón de Dios, que nos dará según el profeta Isaías; Él quitará nuestro corazón de piedra y nos dará un corazón de carne.
Así que hoy, queridos hermanos y hermanas, estamos invitados a mirar este corazón que Jesús nos muestra y a través de cada cosa que hacemos, como lo hizo Jesús: llorar por alguien que amamos; simpatizar con los que sufren en la enfermedad; para consolar a los que lloran; ver la bondad de la creación, la bondad que habita dentro de nosotros; y dar palabras de esperanza a quienes la han perdido.
Esto, y mucho más, podemos hacer en nuestra vida diaria. Al seguir esto, nuestro corazón de piedra se convertirá en un corazón de carne.
Escrito por Ángel Alberto Lázaro de la Cruz, C.S.C., religioso de la Congregación de Santa Cruz, de México. Puedes leer el artículo original, aquí.