
El Obispo de Alejandría y doctor de la Iglesia, nació cerca del año 296 y murió el 2 de mayo de 373. Fue considerado el máximo defensor de la fe católica, sobre todo en el tema de la Encarnación. Durante su vida se ganó el título de «Padre de la Ortodoxia”.
La Encarnación del Verbo
San Atanasio fue el más importante y tenaz adversario de la herejía arriana, que reducía a Cristo a una criatura «intermedia» entre Dios y el hombre, una tendencia que se repite en la historia y que sigue existiendo hoy de diferentes maneras.
“El Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial vino a nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre.”
Con estas palabras, el obispo de Alejandría empezó su sermón sobre la Encarnación. La idea fundamental de la teología de san Atanasio era que Dios es accesible. Es el verdadero Dios, y por medio de la comunión con Cristo podemos unirnos realmente a Él, el «Dios con nosotros».
“En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo, habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor; y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello, también hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego.”
El vientre de María, el primer Sagrario, fue el lugar desde donde el mismo Dios le dio a su Hijo un cuerpo semejante a nosotros, para por medio de su humanidad, salvarnos de la corrupción del pecado.